jueves, 30 de octubre de 2008

QUE SE APAGUE LA LUZ DE LAS ESTRELLAS

Espero que no sean supersticiosos, y a los que lo sean les recomiendo en éste mismo instante que dejen de leer.

Resulta que como se aproxima la importada fiesta de Halloween a nuestro calendario, y que como a mi eso de la importación de fiestas extranjeras no me sienta muy bien y que la corriente histórica que me motiva no es la anglosajona si no la latina, el gregoriano con su santoral en toda regla, me indica que nos aproximamos a las fechas de el día de los difuntos y el de todos los santos.

Paseando por el centro, y al ver las floristerías en plena ebullición de encargos para la citada fecha, me ha dado por pensar algo que desde la más remota antigüedad ha sido motivo de preocupación por parte de todos los humanos:

¿Cómo será el día de mi muerte?

Espero, como todos los que aún continúan leyendo, que me abrace dormido, sin darme cuenta. Es algo obvio ¿No creen? Nadie está exento de dicho pensamiento, a nadie le motiva, creo yo, que esa pérdida de 21 gramos de peso y el cumplimiento de los distintos requisitos a los que hace referencia la doctrina jurídica en relación al artículo 32 del Código Civil que da lugar al cambio de estado sea de forma dolorosa.

No voy a entrar en el peliagudo tema de que se oculta detrás de ese momento, que si un túnel, que si el paraíso, que si el juicio final etc… (Para gustos los colores). No, sobre eso me da aún más miedo pensar que sobre la muerte en sí, ya os lo contaré si puedo y en su momento, si es que vuelvo y me acuerdo, que ese es otro tema.

Lo que me preocupa es como discurrirá el día. Supongo que mis allegados se irán dando la noticia unos a otros, afectando a unos más que a otros y sin saber que decirse entre ellos, es por ello que os pido que evitéis, llegado el momento de usar frases banales para rellenar la conversación a la que da lugar con la comunicación de la noticia, frases como “se veía venir”, “le llegó su hora”, “se lo llevó con Él” y el sin fin de formalismos lingüístico-parlantes que todos tenemos preparados para dichos eventos (por cierto, alguien debería sacar una lista a fin de tener una variedad para ser usados).

Tampoco quiero plantos ni plañideras, es ley universal, de pronto estás y al rato ya no estás, es sólo eso, así que nada de lágrimas, ni tan siquiera de impotencia, a todo cerdo le llega su San Martín, y yo no iba a ser menos (y no es que me considere un cerdo, pero es que no he encontrado otro símil mejor, que le voy a hacer, algunos lo expresarán así y yo ya en ese momento poca defensa podré plantar).

Tampoco quiero flores ni coronas con frases, pienso que las flores son para las mujeres guapas y los pasos de Semana Santa y eso de que “Tus ………… No Te Olvidan” ya lo se que será así, absteneros por favor, si no voy a poder leerlo, y además, pretendo ser incinerado, no hagáis que me quemen con ataúd, flores y demás, que sea una cosa rápida (por cierto, que alguien iguale a los que se dispongan a portar el féretro y organice los relevos. Que me lleven sobre los pies, nada de cambios, que bastantes empujones y embestidas del destino sufrí ya en vida).

Lo que más me preocupa, y no se muy bien la razón, es mi epitafio, quizás por la creencia romántica que encierra el concepto. Cada cual me recordará conforme a las vivencias que compartimos, pero el epitafio quedará grabado en piedra. Para todos. Para siempre.
Por ello quizás sea lo que más me preocupe. Debería ser algo que ensalzara mis buenas virtudes y camuflara mis muchos defectos, empresa nada fácil, es por lo que considero que debería ser algo corto y bonito, al estilo del que le hizo Mika Waltari con Sinuhé, con solemnidad y un toque de humor. Es por lo que apelo a vosotros para que me ayudéis a realizarlo en los comentarios, a fin de tenerlo todo preparado para cuando llegue el momento.

Mientras tanto, y para no asustaros usaré el que hasta hoy creo que será el mejor:

“Que El Infierno Me Espere Largos Años, Y La Muerte Me Perdone Por Mi Ausencia”
“Hoy Fuimos Jóvenes, Mañana Habremos Sido”
“Mis Crímenes No Me Quitan El Sueño”
“Que Me Tengan Los Banqueros En Sus Cuentas, Y Me Odien Los Maridos Traicionados”.
“Que Se Apague La Luz De Las Estrellas”


Pd: De mi escasa herencia y sus legados hablaré otro día, que es que hoy no he encontrado ningún notario, aunque lo podría hacer cerrado y ológrafo, pero es que hoy no tengo ganas.

martes, 21 de octubre de 2008

ACCIONES BÉLICAS

No me considero un héroe, para eso están otros a los que les gusta colgar medallas en sus remangados pantalones y que enseñan gemelos a modo de trofeos.

Ésta es una historia de grupo, que sólo entenderán unos pocos, pero que merece ser contada para no quedar tan sólo en la memoria de los que la vivieron, y no digo en la retina porque en esa situación poco importa el sentido visual.

Corría el año 1997, y en la campaña bélica nuestros generales no habían previsto bien ni el aprovisionamiento de las tropas ni el refresco de las mismas, creo que debido a la situación transitoria de poder existente en el estado. Tropas mal entrenadas y con pocos veteranos, eso sí, todos contentos de ir a la lucha ese jueves primaveral. Uniformados de negro y blanco como pocas veces, con el fajín de gala y los cascos que empezaban a ser de colores, excepto el de los veteranos anónimos que tan sólo lo lucían de blanco o negro.

La batalla empezó a fraguarse tácticamente a las 12:30 hora zulú. En la cantina y con el uniforme de paseo nos deseábamos suerte como es tradición para más tarde despedirnos de la familia y ponernos el traje de campaña. A las 16:30 horas nos fue entregada la misión, una pequeña porción de papel plastificada para evitar que con la sudoración del fragor de la lucha se deteriorase impidiendo la visión del objetivo marcado.

Y comenzaron las hostilidades, al principio, y como en todas las contiendas la tropa las acogió con alegría, bromeábamos bajo el fuego enemigo con los comentarios y acciones del Sr. Leroy Johnson, Cabo 1º de nuestro batallón. Entre risas avanzábamos bien hasta el objetivo.

Los problemas empezaron en la senda de la serpiente, donde el enemigo bombardeó ambos flancos de nuestra formación, y continuaron castigándonos por toda la explanada mesetaria de San Francisco, lugar en el que fuimos relevados en la avanzadilla de reconocimiento por tropas de refresco. Conociendo la potencia del enemigo nos echamos las manos a la cabeza al ver la inexperiencia de las tropas que nos relevaron, y la actitud soberbia de sus componentes. Que atrevida llega a ser la ignorancia. Me quité el casco y deseé suerte a uno de los pocos soldados de primer año que me caía bien, el soldado Morrillo. El avituallamiento duró poco, conscientes de que estaríamos en el frente en breve comimos y bebimos poco. Nuestra próxima incorporación a la batalla era en el vértice de la tundra canónica y hacía allí nos dirigimos, El Sr. Leroy, los Sargentos Sutherland y Clooney y como no, yo con ellos.

Al llegar al punto X el deterioro de las tropas era aterrador, bajas por inexperiencia causadas en el bosque columnario que debido a su planicie había sido plagado de minas.
Así debió de ser el panorama escuchado por los presentes cuando comenzaron a sufrir:

Allí se decidiría la contienda, en la ascensión al cerro del Cod, también conocido como Salty Fish. La única forma de subir era por una estrecha senda. Empezamos la ascensión a ritmo lento, aguantando el continuo bombardeo que sufríamos, a los pocos metros mi referencia delantera fue herida, el Sr. Leroy se encargó de mantener en esa línea al enemigo a raya, por detrás nos defendíamos como podíamos, conscientes de que un corte en la formación nos llevaría a la derrota, detrás mía, el Sargento Sutherland se hacía con el flanco derecho y en el izquierdo el Sargento Clooney y sus hombres hacían lo propio. Avanzábamos ahora de forma renovada, con vigor, incluso luciéndonos. Fue entonces cuando me percaté que a mi lado avanzaba el soldado Morrillo, lo vi temblar y reírse al mismo tiempo, 20 metros para llegar al objetivo, más temblaba, 10 metros seguía temblando pero avanzaba con nosotros. Nos arengábamos, nos dábamos ánimos, llegamos arriba, y ahora lo más difícil, conseguir hacer que el enemigo girase en torno a nuestro flanco izquierdo sin que se descompusiera el ataque, y Morrillo seguía temblando y riendo. No quise hablarle, supongo que la risa en momentos de nervios es una reacción incontrolable, hasta que al fin lo conseguimos, plantamos la bandera en la cima del cerro entre vítores y aplausos. Tras conquistar el cerro todos sabíamos que el resto de la jornada sería tan sólo avanzar hasta llegar al campamento, sin hostilidades supremas. Morrillo y yo nos abrazamos, como todos los que compartimos aquellos malos momentos, que ya hoy en el recuerdo son buenos. En ese momento no pude más que preguntarle la razón de su sonrisa mientras avanzábamos, y su respuesta fue algo parecido a esto:

http://es.youtube.com/watch?v=rAh9UxHkPnE&feature=related

Desde entonces siempre viene con nosotros y, aunque también tiene escaramuzas en las que no podemos ayudarnos cierto es que fue allí donde aprendió que determinadas cosas hay que tomarlas con calma, aceptando el sufrimiento sin desfallecer, ya que con el trabajo en equipo de personas que comparten esta filosofía de lucha es muy difícil perder una contienda.

Pd: A mi Amigo Nefer.