Su nombre es Alexandro, Alexandro Dragosi, y tiene un castillo. Atravesó los Cárpatos y llegó a los valles centrales de la antigua Dacia junto a su mujer Ioana Camelia buscando un lugar mejor para vivir, que no más bonito, se establecieron en Alba. Ioana era hija de un pastor que siempre la llevó de trashumancia por toda Transilvania y entre risas dice haber visto a hombres lobos y a vampiros.
Alex es electricista pero no ejerce. Dice ser pariente de Drácula, eso comenta entre risas, pues a pesar de vivir en su castillo el lujo no le sobra. Afirma que ese parentesco con la figura del vampiro fue lo que le hizo enamorar a su mujer, aunque ella asegura que fue ella la que lo hechizó con los conjuros milenarios acumulados generación tras generación por las féminas de su familia.
Cuando su país entro a formar parte de la Unión Europea, el 1 de enero de 2007 su hijo Cösmin acababa de cumplir los 16 años, lo recuerda como si fuera ayer, esperando en el hospital de Alba mientras el resto de sus paisanos celebraba el nuevo año.
Su hija Marinela nació dos años antes, en un pequeño pueblo de Bihor, Cata Covasna, también en Transilvania y fue violada en Bulgaria, al principio de comenzar su periplo por Europa. Marinela quedó encinta y parió en Italia, un niño al que llamaron Bogdan y al que pusieron el apellido de su abuelo, Dragosi. Alexandro asegura que en un principio hubiese dado a la criatura en adopción, por proporcionarle un futuro mejor allí en Italia, pero ahora estaría dispuesto a matar por el pequeño Bogdan.
Salieron de Alba montados en un Lada en el que intentaron meter todas sus pertenencias, bajaron a Bulgaria, de allí a Serbia, de Serbia a Hungría y después Austria. Esto ya es otro mundo, pensó Alexandro al llegar a Viena, pero prosiguieron hacia el sur, llegando a Italia. Le pregunté el por qué de tanto tiempo para atravesar éstos países, y me contestó que en Serbia les robaron el Lada a punta de pistola y que gracias a Dios los ahorros económicos los había escondido Ioana pues de no haber sido así habrían muerto. Al menos no violaron a nadie ésta vez. Alexandro presume de la belleza de las dos mujeres de su casa, ambas rubias y de ojos de zafiro, con la piel tostada por el sol. Se sabe fuerte para protegerlas con la ayuda de Cösmin que ya es todo un hombre.
Eso de que Cosmin ya es todo un hombre lo recalca vanagloriándose, Cuenta como protegieron el castillo de los Zíngaros con piedras y como se enfrentaron a los Romanos cuando quisieron desalojarlos, que al final lo consiguieron, aunque no dejaron una dotación adecuada para retener el castillo y lo abandonaron esa misma noche tomando tan sólo la precaución de poner un candado en la puerta. Candado que reventó con sus artes nada más ver que se alejaban, pues como él dice, los Romanos conquistan para hacer ver al resto de los habitantes de la Urbe que hacen algo, pero después olvidan y los dejan vivir tranquilos hasta la próxima vez, una cada seis meses más o menos.
Tras reponerse Marinela del parto un compatriota le recomendó venir a España, al sur, buen clima y muchas oportunidades laborales, y así lo hicieron, atravesando a pie el sur de Francia y el levante español, viviendo de la caridad de los pueblos, pues en las ciudades por lo visto no eran tratados demasiado bien. Fue así como llegaron a Sevilla.
Todo me lo contó mientras andaba por uno de los caminos que discurren junto al Guadalquivir, olía a alcohol y empujaba un carro del Carrefour con chatarra. No me atreví a decirle que su castillo no es más que una caseta que el ayuntamiento de Camas tiene cedida a Emasesa, que sus murallas no son más que la acotación que produce el alambre al amarrarlo a cuatro pilares dispuestos en paralelo dos a dos y que su foso la cuneta de las aguas residuales del aljarafe que van a parar al Guadalquivir, no me atreví, y menos cuando me dijo que sabía que las leyes españolas le permitían poseer su castillo si permanecía en él diez años.
Lo vi tan feliz que no supe decirle que los bienes de los ayuntamientos son públicos, y como tales inembargables, imprescriptibles e inalienables, por lo tanto nunca podría operar la prescripción adquisitiva o usucapión, que es lo que él pretende, no, no seré yo quién le diga que los Romanos son la Policía Municipal ni que a los Zíngaros aquí los llamamos gitanos, y que seguramente querían la casetilla para vender o trapichear con sustancias ilegales. No, nada de eso le diré porqué se perfectamente que él lo sabe.
No hay que nacer precisamente en La Mancha para ser un Quijote. Cuando llega a su caseta, perdón, su castillo, Ioana lo besa dulcemente en la mejilla, y mientras Bogdan sale corriendo hacía él, Marinela sonríe tierna y orgullosa al ver llegar a su padre y a su hermano. Sí, es verdad, tiene un castillo y es el señor del mismo, el caballero que tiene el honor de defenderlo a pesar de tener que ir a buscar chatarra para subsistir y sobras de verduras los fines de semana del mercadillo del Charco de La Pava.
Alex es electricista pero no ejerce. Dice ser pariente de Drácula, eso comenta entre risas, pues a pesar de vivir en su castillo el lujo no le sobra. Afirma que ese parentesco con la figura del vampiro fue lo que le hizo enamorar a su mujer, aunque ella asegura que fue ella la que lo hechizó con los conjuros milenarios acumulados generación tras generación por las féminas de su familia.
Cuando su país entro a formar parte de la Unión Europea, el 1 de enero de 2007 su hijo Cösmin acababa de cumplir los 16 años, lo recuerda como si fuera ayer, esperando en el hospital de Alba mientras el resto de sus paisanos celebraba el nuevo año.
Su hija Marinela nació dos años antes, en un pequeño pueblo de Bihor, Cata Covasna, también en Transilvania y fue violada en Bulgaria, al principio de comenzar su periplo por Europa. Marinela quedó encinta y parió en Italia, un niño al que llamaron Bogdan y al que pusieron el apellido de su abuelo, Dragosi. Alexandro asegura que en un principio hubiese dado a la criatura en adopción, por proporcionarle un futuro mejor allí en Italia, pero ahora estaría dispuesto a matar por el pequeño Bogdan.
Salieron de Alba montados en un Lada en el que intentaron meter todas sus pertenencias, bajaron a Bulgaria, de allí a Serbia, de Serbia a Hungría y después Austria. Esto ya es otro mundo, pensó Alexandro al llegar a Viena, pero prosiguieron hacia el sur, llegando a Italia. Le pregunté el por qué de tanto tiempo para atravesar éstos países, y me contestó que en Serbia les robaron el Lada a punta de pistola y que gracias a Dios los ahorros económicos los había escondido Ioana pues de no haber sido así habrían muerto. Al menos no violaron a nadie ésta vez. Alexandro presume de la belleza de las dos mujeres de su casa, ambas rubias y de ojos de zafiro, con la piel tostada por el sol. Se sabe fuerte para protegerlas con la ayuda de Cösmin que ya es todo un hombre.
Eso de que Cosmin ya es todo un hombre lo recalca vanagloriándose, Cuenta como protegieron el castillo de los Zíngaros con piedras y como se enfrentaron a los Romanos cuando quisieron desalojarlos, que al final lo consiguieron, aunque no dejaron una dotación adecuada para retener el castillo y lo abandonaron esa misma noche tomando tan sólo la precaución de poner un candado en la puerta. Candado que reventó con sus artes nada más ver que se alejaban, pues como él dice, los Romanos conquistan para hacer ver al resto de los habitantes de la Urbe que hacen algo, pero después olvidan y los dejan vivir tranquilos hasta la próxima vez, una cada seis meses más o menos.
Tras reponerse Marinela del parto un compatriota le recomendó venir a España, al sur, buen clima y muchas oportunidades laborales, y así lo hicieron, atravesando a pie el sur de Francia y el levante español, viviendo de la caridad de los pueblos, pues en las ciudades por lo visto no eran tratados demasiado bien. Fue así como llegaron a Sevilla.
Todo me lo contó mientras andaba por uno de los caminos que discurren junto al Guadalquivir, olía a alcohol y empujaba un carro del Carrefour con chatarra. No me atreví a decirle que su castillo no es más que una caseta que el ayuntamiento de Camas tiene cedida a Emasesa, que sus murallas no son más que la acotación que produce el alambre al amarrarlo a cuatro pilares dispuestos en paralelo dos a dos y que su foso la cuneta de las aguas residuales del aljarafe que van a parar al Guadalquivir, no me atreví, y menos cuando me dijo que sabía que las leyes españolas le permitían poseer su castillo si permanecía en él diez años.
Lo vi tan feliz que no supe decirle que los bienes de los ayuntamientos son públicos, y como tales inembargables, imprescriptibles e inalienables, por lo tanto nunca podría operar la prescripción adquisitiva o usucapión, que es lo que él pretende, no, no seré yo quién le diga que los Romanos son la Policía Municipal ni que a los Zíngaros aquí los llamamos gitanos, y que seguramente querían la casetilla para vender o trapichear con sustancias ilegales. No, nada de eso le diré porqué se perfectamente que él lo sabe.
No hay que nacer precisamente en La Mancha para ser un Quijote. Cuando llega a su caseta, perdón, su castillo, Ioana lo besa dulcemente en la mejilla, y mientras Bogdan sale corriendo hacía él, Marinela sonríe tierna y orgullosa al ver llegar a su padre y a su hermano. Sí, es verdad, tiene un castillo y es el señor del mismo, el caballero que tiene el honor de defenderlo a pesar de tener que ir a buscar chatarra para subsistir y sobras de verduras los fines de semana del mercadillo del Charco de La Pava.
